Las noticias internacionales de los últimos meses nos han puesto en un primer lugar el tema de los derechos humanos: guerras, atentados, problemas con los refugiados, etc. Pero estas lesiones a la dignidad humana no son una realidad lejana.
En estos días se está discutiendo en nuestro Senado un proyecto que afecta el más elemental de los derechos humanos: el derecho a la vida.
Me llama la atención que, en la discusión sobre el aborto, algunos parlamentarios dan por sentado que hay que aprobar la segunda causal (inviabilidad del feto). Me temo que no han reparado suficientemente en la que están diciendo: “Como usted va a morir, entonces yo adelantaré su muerte”.
¿De cuándo que la cercanía de la muerte hace que un ser humano pierda su dignidad? Casi todos esos parlamentarios reconocen que un no nacido de tres meses de gestación es efectivamente una persona humana. Pero no sacan las consecuencias de ese hecho, porque permiten que una vida humana sea considerada como objeto disponible para conseguir un fin distinto de ella (la estabilidad psicológica de la madre que está sufriendo por ese embarazo inviable). Esto constituye la negación misma de la idea de dignidad humana, que por definición no puede ser instrumentalizada.
En el fondo, están diciendo que hay vidas humanas más valiosas que otras, y que en ciertos casos es lícito eliminar algunas. Esa suerte de eutanasia fetal no parece muy compatible con los ideales del humanismo cristiano al que algunos parlamentarios adhieren. No advierten que las razones que los llevan a votar por la segunda causal deberían llevarlos a apoyar la despenalización de la eutanasia.
Pero hay más, porque aún si se aceptara que es lícito dar muerte en esos casos, ¿quién asegura que no puede haber error en el diagnóstico? No estoy hablando de posibilidades simplemente teóricas. En nuestro país es famoso el caso de Nevenka Astudillo, a quien se le diagnosticó que su hijo tenía un mal incompatible con la vida. Y esto no lo señaló un médico ni dos: fueron siete los facultativos que dijeron que su criatura era inviable. Hoy, Ethian, su pequeño, el inviable, aquel cuya vida no valía un peso, tiene nueve años y ha dirigido sentidos mensajes a los legisladores, animándolos a respetar la vida humana.
En este mes de enero los senadores chilenos tendrán que tomar la decisión más importante de su vida. Para algunos la cuestión es sencilla, porque piensan que el no nacido es un simple conjunto de células, una cosa sin especial valía. Pero quienes admitimos el valor infinito de la dignidad humana, quienes reconocemos que el nacimiento no significa la construcción de una nueva realidad sino simplemente una etapa más en el desarrollo de un ser que existía desde antes, deben sacar la consecuencia que deriva de allí.
El “no matarás” no se refiere solo a los actos que cada uno realiza directamente. También mata quien, teniendo el poder para impedirlo, entrega a otros la facultad de decidir que hay vidas humanas que no merecen ser vividas.
Soledad Alvear