¿Eres Tú El Cristo? Declaración de Panamá
Al terminar el XIV congreso internacional de la Pastoral Carcelaria de nuestra Iglesia Católica (ICCPPC) que tuvo lugar en la ciudad de Panamá, los capellanes de cárceles de Latinoamérica, el Caribe y EEUU hispano, nos dirigimos primeramente a los hombres y mujeres privados de libertad de nuestro continente, a nuestros pastores y al pueblo de Dios.
¿Eres tú el Cristo? fue la pregunta central del congreso que buscó ahondar nuestra experiencia compartida de Dios. Él se hace presente de manera misericordiosa y preferencial en la vida de los privados de libertad, convirtiendo el espacio carcelario es un lugar teológico privilegiado al cual somos invitados como Iglesia.
Acompañados por las palabras del Papa Francisco, “Iglesia pobre para los pobres” y en fidelidad a Aparecida que advertía sobre la violencia que acarrea la injusticia, hemos contemplado el horror de la cárcel que se reproduce en todos los rincones del planeta. ‘Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que (…) política o filosófica. Dios otorga a los empobrecidos ‘su primera misericordia’. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener ‘los mismos sentimientos de Jesucristo’ (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una ‘forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana’, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia’ (EG198). Ya en el AT el autor en el exilio de Isaías nos prefiguraba esta opción preferencial de Dios que se transformaría en opción de la Iglesia: “Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor les responderé… Yo el Dios de Israel no los abandonaré” (Is 41,17).
Al terminar el congreso traemos a la memoria el fundamento último de nuestra vida de creyentes y en particular la de los hombres y mujeres pobres privados de libertad: el amor primero y gratuito de Dios que nos invita a compartir sus mismos sentimientos y a elegir lo que Él elige: “quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de ser como yo” (EE93). Dios opta preferencialmente por ellos porque pertenecen al linaje de los empobrecidos y maltratados de nuestro mundo y la Iglesia en fidelidad a Jesucristo, se hace presente en medio de los encarcelados porque sus vidas hunden sus raíces en la dignidad primera de hijos de Dios pero menoscabada por la pobreza y violencia que sigue azotando a millones de hombres y mujeres de nuestro continente.
A la luz de nuestra oración y compartir que buscó discernir los signos de los tiempos en el mundo de la cárcel, vemos como en ella siguen intersectando todas las exclusiones sociales que caracterizan la vida de los pobres de nuestras sociedades americanas. No están encarcelados los que delinquen, sino que los delincuentes pobres. Están encarcelados los que nacieron en un hogar y barrio pobre y violento, los que poco o nada fueron a la escuela y al hospital y los que crecieron en medio de la droga y el tráfico. Constatamos con dolor como la sociedad encarcela preferencialmente a los afro-descendientes, a los hispano-descendientes, en definitiva a los ‘pobre-descendientes’. La Iglesia está junto a ellos porque Dios está a su lado desde siempre y de modo preferente, no por ser víctimas inocentes sino que victimarios pobres despojados de toda dignidad y dejados como los “sobrantes” de la historia desde antes de nacer. La Iglesia está con ellos porque el amor de Dios llama a la Iglesia a “llevar paz donde hay conflictos, a construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio y a buscar la justicia donde domina la explotación del hombre. Es por ello, que junto a nuestro Magisterio afirmamos una vez más que “sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre si” (Compendio DSI 4)
Con dolor constamos como la cárcel es la extensión de la historia de esas vidas humanas excluidas y maltratadas desde siempre, traduciéndose muchas veces en hechos de muerte cruel e inhumana como los ocurridos recientemente en Brasil y en otras prisiones del continente que ocultan tales hechos. La pobreza, la violencia, la corrupción en las estructuras políticas y uniformadas que administran los recintos penitenciarios y por sobre todo la indolencia estatal, son cómplices que silenciosamente reproducen una y otra vez las dinámicas de muerte que en ellas se dan. De ahí que la advertencia del Papa Francisco en la cárcel de Palmasola, Bolivia, se transforme hoy en un desafío: “reclusión no es lo mismo que exclusión”. Es por eso que nos sigue moviendo la certeza de que el sueño de Dios es ‘un mundo sin cárceles’, sin lugares de castigo y de venganza.
Como Iglesia somos llamados por Dios a cuidar la vida humana del privado de libertad, a luchar como cuerpo eclesial y desde nuestra tradición por el respeto que merece la dignidad y valor intrínseco de toda persona encarcelada, como lo indica la regla 1, de las Reglas Mandela de la ONU. Somos llamados a ser Iglesia ‘pobre para los pobres’ para estar y compartir el dolor, el destino y las humillaciones de los despojados de todo poder. Pero por sobre todo, para compartir la esperanza del Hijo de Dios que se hizo pobre y se humilló para salvarnos y compartir con nosotros su Reino. En Él está nuestra alegría.
Desde esta realidad que clama al cielo, hemos decidido dar pasos concretos para, a) consolidar la Pastoral Carcelaria de Latinoamérica, el Caribe y EEUU hispano, b) avanzar hacia una mayor presencia efectiva de la Pastoral Carcelaria en nuestra Iglesia. Nos sentimos así mismo llamados a, c) una mayor organización y colaboración entre los capellanes, agentes pastorales y otras iglesias e instancias de la sociedad civil para desarrollar procesos que favorezcan la reinserción social de los privados de libertad y la prevención en los barrios marginales. Junto a ello, d) consideramos, que la incidencia política es misión fundamental de la Iglesia en un mundo que violenta los derechos humanos y que conduce a la muerte de muchos. Anunciamos la presencia eterna y amorosa de Dios en la cárcel y denunciamos la negación a la vida plena y digna que se da a los encarcelados, hijos de Dios. Finalmente, lo fundamental, e) nos sentimos llamados a seguir desarrollando una teología y espiritualidad que tenga en su centro la experiencia y reflexión del Cristo pobre que nos invita a estar junto a los pobres de su Reino; f) Nos comprometemos a ofrecer a la Iglesia latinoamericana y caribeña una Guía de la Pastoral Carcelaria, como instrumento de animación, que ofrezca los fundamentos doctrinales y las líneas de acción, para fortalecer la presencia evangelizadora de la Iglesia en las Diócesis, parroquias y movimientos de apostolado seglar, al servicio de los hermanos y hermana privados de libertad; g) Con el apoyo del DEJUSOL-CELAM asumimos el desafío de promover la creación de un “Observatorio Latinoamericano de Prisiones” para dar seguimiento, sistematizar y visibilizar la realidad de nuestros centros penitenciarios, en actitud profética; h) Que Nuestra Señora de La Merced nos acompañe siempre en la misión evangelizadora de ser libres para liberar.
Panamá, febrero de 2017