Al mirar, por estos días nuestra realidad nacional, me parece escuchar al Señor diciéndome “… Id, pero sabed que os envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3).
Lo que hemos vivido o contemplado en las discusiones, argumentaciones y votaciones en el Congreso Nacional no habla de un país Cristiano, aunque la mayoría de los ciudadanos si han dado muestras fehacientes de lo que creen y quieren. Algunos de nuestros representantes no interpretan o no se muestran partícipes del pensamiento de sus electores. Creo que no se trata de imponer un credo, una ideología, o pensamiento sobre otro. Si creo que se trata de poner oído y atención al orden natural que desde sus inicios opta por el desarrollo de toda la vida. Partiendo de esa premisa se podrá entablar un diálogo sincero que pretenda responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, o realidades dolorosas que requieren de asistencia para salvaguardar el derecho de los indefensos, sin vulnerar ni flagelar el respeto a la vida, a la educación y a la familia.
No se puede imponer como un pensamiento único y valedero aquel que no respete al otro o que determine incluso los valores en la educación de nuestros hijos. Será la soberbia la que llevará al hombre a rebelarse contra su creador, como bien lo describe el escritor hebreo al reflexionar acerca de la libertad y la caída (pecado) del hombre en el texto de la creación. Siendo la fe en el Creador y la redención de Jesucristo parte esencial del Credo Cristiano, la misión nuestra en el anuncio de la Buena Noticia no puede ni debe limitarse a transmitir sólo el mensaje de salvación que a todos debe llegar por igual. Para que la paz esté en nuestra casa común y repose sobre nosotros, sus habitantes, el anuncio de la presencia del Reino debe considerar el salvaguardar al hombre, creatura de Dios, de su propia autodestrucción. Así contemporáneamente contribuiremos de una manera especial a la misión salvífica encomendada a la Iglesia por Jesús y, estaremos ayudando a superar las enfermedades de hoy (cf. Lc 10, 5-9). Es Jesús quien, ante situaciones de orden social que generan más y más violencia en las relaciones humanas, nos invita a que mediante nuestra vida y la predicación de la Palabra podamos liberar al ser humano de todo lo que le quita dignidad y lo hace esclavo.
La auto-emancipación del hombre de la creación y del Creador busca el hacerse por sí solo y disponer siempre y exclusivamente de por sí de lo que le atañe, claramente de este modo se extraviará pues vive contra el espíritu Creador y de la creación. “Sin el Creador la creatura se diluye” (GS 36). “No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don.” (*) Esta ideología que nace en la reflexión contemporánea desde el interior del hombre, pretendiendo alcanzar su propia y absoluta libertad para decidir sobre todo lo que con él se relaciona, tiene manifestaciones extremadamente limítrofes que generan focos de conflictos al deshacerse y rebelarse contra el orden natural. No podemos so-pretexto de nuestra libertad para vivir y decidir, quitar la vida a un ser semejante e indefenso… el aborto, es claramente un acto incompatible con el orden natural, no existe argumento alguno que lo justifique, siempre antes podrá existir otra opción.
Es necesario promover una cultura del encuentro en la que se pueda valorizar la unidad en la diferencia… la solidaridad y la preocupación por el más indefenso. No podemos permanecer como espectadores o como el levita y el sacerdote que pasan ante el herido del camino (cf. Lc 10, 30-32): eso es no tener corazón. Sería cobardía contentarnos con lamentos: eso es propio de cobardes. Más bien antes de quejarnos por los tiempos actuales, aceptemos la invitación de San Agustín “Seamos nosotros mejores y los tiempos serán mejores”, seamos esa levadura que fermenta la masa y la transforma (cf. Mt 13, 33) obteniendo de ella un sabroso pan que podamos compartir en familia sentados a la mesa común, acompañados de respeto, solidaridad y unidad, una mesa llena de vida que se extiende bajo la mirada del Creador a lo largo de nuestra patria.
Papa Francisco, nos recalca “En todas las situaciones, la Iglesia siente necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza… Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio,… debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora… nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio… toda formación cristiana es ante todo la profundización del Kerigma… Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida… Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros.” (*)
Carlos Feijóo Guzmán, coordinador diocesano área social
(*) Exhortación Apostólica del Papa Francisco Amoris Laetitia N°s 56, 57, 58 y 59.